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Héroes

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Mensaje por Solhdeck Lun 19 Ene 2009, 18:51

· La norma más importante: Esto es para pasárselo bien. Las demás normas pueden ser saltadas en favor de esta.

· Prohibido el metajuego:
Recordad que, aunque vosotros sepáis todo lo que es narrado, vuestro personaje sólo "conoce" lo que "ve" y por ello no está permitido que alguien sepa algo que no haya visto, oído o percibido por alguno de los sentidos. Se pueden deducir cosas... pero siempre con una coherencia lógica.

· Uno o dos personajes por participante:
Es recomendable que cada jugador lleve a un único personaje. Pero no es obligatorio; de todas formas, se agradecería que no se lleven más de dos personajes a la vez, ya que puede llevar a confusiones. Asimismo, si se llevan a dos o más personajes, es importante que se aclare en qué momento habla/actúa cada uno.

· Nada de supermanes: Los superpoderes en este juego son la base de la narración, pero no por ello los personajes pueden ser superpoderosos. Cada uno tendrá un poder concreto que aprenderá a utilizar según vaya avanzando la historia.

· Cada uno describe la acción de su personaje: Cada jugador llevará uno (o dos) personaje(s). La narración debe dirigirse exclusivamente a las acciones del personaje de cada uno, y a los actos ya descritos realizados por los otros personajes. Está prohibido describir la acción de otro personaje a menos que los jugadores lo hayan hablado con anterioridad.

· Mundo abierto:
Si no hay nada escrito al respecto de algo, no significa que no exista, sino que tenéis un lienzo en blanco para rellenarlo como más os apetezca.

Suerte a todos.
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Mensaje por Dhaos Lun 19 Ene 2009, 19:06

Caminaba por la calle. Todo estaba borroso y se difuminaba allá a donde mirase. Era una sensación extraña, pero eso no impedía que mi cerebro pensase que estaba ante la más absoluta realidad. Llovía y hacía viento. Y yo estaba allí, en una de las aceras. Me veía desde lo alto de los edificios, como si no estuviese dentro de mi propio cuerpo, pero sentía que yo era ese pringado de la capucha y de los vaqueros. Mi mente viajaba a través del viento por toda la zona, mientras todo a su alrededor se movía con total normalidad. Mi cuerpo comenzaba a cruzar la carretera sin mirar y mi mente volaba como una bala hacia mi cuerpo, como tratando de advertirle de algo.

En pocos segundos, mi cabeza y mi cuerpo se fusionaron en uno solo y todo lo que vi es como un camión llegaba a toda velocidad hacia mí. Su claxon y el freno tocaban la última canción que yo iba a oír, poco antes de que aquella masa de hierros se alimentase de mí. Pero ocurrió algo que nadie esperaba ni se podría esperar. El camión se paró, la parte de atrás dio un salto y el morro se hundió hacia dentro. La palma de mi mano estaba a unos pocos centímetros de la abolladura. Ni siquiera lo había tocado. Algún tipo de extraña fuerza había salido de mi mano y había conseguido chocar contra el camión y pararlo en seco.

Mi mente volvió a salirse de mi cuerpo, dejándome ver mi propio rostro, un rostro sorprendido, un rostro asustado, un rostro con muchas dudas. Mi menté comenzó a subir al cielo a toda velocidad. Sentía el viento, sentía la lluvia, sentía dolor, sentía angustia.

De repente, me desperté en un sobresalto. Mis manos fueron rápidamente hacia mi cabeza. Notaba como si unas agujas estuvieran clavadas en mi cerebro, como si algún tipo de ser se hubiera introducido en mi cabeza y la estuviera golpeando desde dentro. Poco a poco el dolor fue disminuyendo hasta casi desaparecer, aunque sabía que volvería. Rara era la noche en la que lograba dormir más de una hora. Y de dormir, lo raro era no tener esos extraños sueños. Normalmente se trataba de situaciones cotidianas sin la más mínima importancia, una conversación, un paseo, una cafetería, una chica. A veces ni siquiera yo protagonizaba el sueño, incluso en algunos ni salía.

En algunos momentos había relacionado la sensación de déjà vu con esos sueños, llegando a casi creerme que podía tener sueños premonitorios. Pero luego volvía a la realidad, a mi puta oficina, a la mierda de silla del ordenador, al hospital que olía a muerto donde los médicos me aconsejaban meter a mi padre en un psiquiátrico debido a las continuas paranoias, a la casa de mi puta madre o a la cafetería a la que solía ir para sentirme una persona normal, para que la gente que me viese no pensase en el fracasado y gilipollas del traje de imitación y que le lame el culo al jefe para poder comer y al que no le chupa la polla porque todavía no se lo ha pedido.

Me levanté y busqué por la cocina las pastillas para el dolor de cabeza. El médico me las había recetado después de no escuchar mis síntomas, y yo lo seguía viendo como un profesional decente y no como la basura que era. Después de tomarlas, me tiré en el sillón con un paquete de patatas fritas y encendí la tele. No sabía ni qué hora era, pero al menos las voces de la pantalla acallarían mis pensamientos. Tras ver que eran las cinco de la mañana en el reloj del DVD, mis ojos se fueron al calendario que colgaba de la pared donde se apoyaba la televisión. Diecisiete de Febrero. Hacía un año que uno de los pocos a los que podía llamar amigo se había muerto. Me entristecí lo justo entre patata y patata y luego seguí mirando la tele.

A pesar de que estaba acostumbrado a los extraños sueños, necesitaba hablar con alguien del último, ya que había conseguido hacerse un pequeño hueco en mi cabeza, como si hubiera sido el sprint final de todas las cosas extrañas que me rodeaban. Pensé en mis amigos, hacía tiempo que no salía a tomar algo con ellos, pero de uno no sabía nada ni respondía a mis llamadas, otro descansaba en paz y el otro era demasiado hijo de puta como para querer saber de él. En cuanto a mi novia, follaba más que yo. Y si de algo me sentía orgulloso, era de que sus tetas eran más grandes que su cerebro, en todos los sentidos, pero no era lo que necesitaba ahora. Podría hablarlo con mi madre, pero no necesitaba oír sus repetidos “Eres y serás siempre un fracasado” y “Suicídate y nos harás un favor a todos”, que ya me decía incluso cuando trataba de aprender a caminar. Sólo quedaba mi padre.

Mi padre era especial. Siempre había sido muy exagerado y extravagante. La palabra “loco” visitaba muchas veces la mente de las personas que hablaban con él. Sin embargo, seguía siendo considerado como una persona normal, pero esto cambió. Nunca supe si había decidido guardarlo como secreto cuando yo nací o que fue algo que empezó después de mi nacimiento, pero si algo tengo por seguro es que se obsesionó. Comenzó a decir que tenía poderes, a rodearse de libros extraños y a grabar todo lo que iba descubriendo o lo que le iba pasando. Cuando comencé a interesarme por él y por los estudios, cayó enfermo. Mi madre lo abandonó y yo tuve que encargarme de él. Los médicos decían que tenía algún tipo de enfermedad neurológica, pero que era un caso extraño con el que jamás habían tratado. Desde ese momento, la vida de mi padre se dividía en dos partes: la parte que pasaba en su casa y la que pasaba en el hospital. Algunos días atrás lo había ido a visitar, y los médicos decían que sus desvaríos iban en aumento y que sería mejor llevarlo a un psiquiátrico, ya que ellos poco más podían hacer por él, aunque mi dinero y mis opiniones no estuviesen de acuerdo.

Sin embargo, si iba a hablar con mi padre era para tener las respuestas que quería. Conocía perfectamente que clase de contestaciones iba a tener, y que sus consejos y sus advertencias no serían las de una persona normal. Pero aún así, mi cabeza buscaba convencerse a sí misma, buscaba a que alguien de fuera me confirmase que lo que me pasaba ya le había pasado a alguien. Buscaba sentirme normal. Algo curioso, por otra parte, por querer preguntarle a un loco si yo estaba loco.
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Mensaje por Surah Miér 11 Feb 2009, 23:21

La cabeza se me iba por culpa del calor abrasador que hacía. Maldigo el día que se me dio por aceptar ese viaje "turístico" por el desierto. Primero tener que caminar por una arena odiosa que se hundía más de medio palmo a cada paso. Y ahora esto, unos locos en camellos asaltaron nuestras tiendas una noche y nos secuestraron a unos cuantos y a otros tantos los mataron ya que no los podían llevar con ellos.
Debíamos llevar mas de un mes, y yo no sabía nada de mis compañeros ya que viajaba tumbado sobre un camellos, atado y con los ojos tapados. La comida y la bebida se me racionaba demasiado, y cada vez más, tanto que hacia dos días que solo me daban un sorbo de agua por la noche.

La verdad es que desde que me intenté escapar y me dieron un golpe en la cabeza, no estaba muy seguro de nada de lo que sucedía; pero juraría que fuera de todo eso había problemas. Los secuestradores hablaban muy nerviosos entre ellos, y por si fuera poco el primer camellos donde viajaba había muerto y ahora viajaba sobre otro que antes ocupaba uno de mis compañeros que al parecer lo habían abandonado durante este tiempo porque se puesto enfermo.

Una noche me desperté mientras descansábamos, gracias a que había adelgazado mucho, puede soltarme de la cuerdas y quitarme la venda de los ojos. Miré al frente, allí tan solo estábamos cuatro de los secuestradores, 2 de mis compañeros (el que lideraba mi grupo y un hombre de unos treinta y pocos años). Después de asegurarme de que nadie me podía ver, me incorporé un poco más pero tampoco vi a nadie por los alrededores. "Esto es muy extraño " pensé.

Los secuestradores estaban dormidos; pensé que podría despertar al resto para escapar; pero ellos estaban muchísimo peor que yo, solo sabia que estaban vivos porque respiraban vagamente. Entonces decidí que lo mejor sería ocuparme primero de los secuestradores para sí después coger sus monturas e irnos con ellas si peligro de despertarlos con el ruido.

Me levanté, caminé de cuclillas hasta el secuestrador más cercano y le agarre del cuello lo más rápido que pude para que no gritase. Entonces sentí como si algún tipo de serpiente recorriese mi mano. Lo solté asustado y la sensación desapareció en menos de un segundo. Entonces le miré a la cara y vi que su aspecto era pero que el de mis compañeros; y no solo la de él, si no la de todos los secuestradores, seguramente morirían en uno o dos días.

Estaba tan enfadado que los até a los cuatro y los deje allí para que se murieran al sol al día siguiente. Desaté a mis compañeros, los ayudé a montarse y emprendimos la vuelta gracias a la brújula que les había quitado a los secuestradores. Apenas nos quedaban provisiones, pero eran suficientes según mis cálculos para mantenernos con vida los tres hasta llegar a una ciudad.

Una vez llegamos a ella tomé un avión de vuelta a casa dispuesto presentar una denuncia contra la agencia de viajes.
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Mensaje por Dhaos Lun 02 Mar 2009, 23:38

Después de unas horas, me di una ducha y me preparé para ir a hacerle una visita a mi padre. Estaba seguro de que le animaría hablar de sus locuras. Cuando me miré al espejo, vi la cara de un muerto, mis ojeras eran casi más grandes que mi cabeza, y estaba pálido. Me lavé la cara para acabar de despertarme y tras recoger lo necesario, salí al exterior.
A los pocos minutos llegué al hospital, esperaba que, a pesar de no ser horario de visitar, me dejaran ver a mi padre. Con una de las recepcionistas estaba hablando la enfermera que atendía a mi padre. Pasé sin mirar, para que no trataran de pararme, pero un brazo me agarró de hombro.

-Señor McCarthy, disculpe.-me dijo una de las enfermeras
-¿Sí?-dije, suponiendo que me pararía para decirme que no podía ver a mi padre.
-Por fin sabemos algo de usted. Le hemos estado llamando a todos los números que nos dio pero no contestó a ninguno.

Saqué el móvil y comprobé que estaba apagado. Sin batería, supuse. La verdad es que llevaba un tiempo descuidando demasiadas cosas. Tardé en reaccionar y en darme cuenta de que si querían llamarme era por algo importante.

-¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo está mi padre?-dije, preocupado.
-Ha empeorado.-dijo, fingiendo estar realmente preocupada por un ser humano que le ocupaba una habitación y que no tenía cura de ningún tipo.-Lo hemos intentado todo pero no parece que vaya a mejorar…
-Quiero verlo. Ahora.-dije, impositivo.

La enfermera se apartó a un lado sin decir nada.

Caminé rápidamente mirando a los números de las habitaciones y entré en la de mi padre. Y lo vi allí, postrado en cama, demacrado, arrugado, pero con esos ojos verdes penetrantes que yo había heredado. Su mirada tenía la fuerza que a él le faltaba.

-Papá…-dije, preocupado.
-William, hijo mío. Creí que no podría despedirme de ti.-dijo, con la voz entrecortada y áspera.
-¿Pero qué dices, Papá? No exageres.
-Desde que naciste lo supe, has nacido para ser grande, hijo. Conseguirás lo que a mí no me ha dado tiempo a conseguir.
-¿De qué estás hablando?-le pregunté mientras me sentaba en una silla, a su lado.
-Estoy seguro de que ya has empezando a tener esos sueños.

Me asusté. Cuando pensaba en mi padre, era incapaz de verlo como alguien con razón, pero tampoco podía verlo como un loco. Era extraño, pero quizá mis paranoias y mis sueños extraños tendrían una explicación.

-Esos sueños son más que sueños, William.-dijo, justo antes de empezar a toser.-Para mí fue demasiado tarde, no pude controlarlo y los dolores de cabeza consiguieron acabar conmigo antes de encontrar una solución. Pero tú todavía tienes una oportunidad.
-Papá… ¿qué insinúas?
-Tienes un don, hijo. Moriré antes de saber donde están los límites de ese don, pero sé que está relacionado con la mente.

La tos le frenó.

-No puedes estar hablando en serio…-dije, con una media sonrisa.
-En estas condiciones me es imposible explicártelo, pero sé que sabes de lo que hablo.

Algunas de las máquinas comenzaron a pitar por allí, y mi padre apenas podía hablar.

-Hijo… tienes que ir hasta casa…-dijo mientras los médicos entraban con prisa y me pedían que saliese.-Allí… tendrás tus respuestas… ¡llega antes que ellos!-
Fue lo último que oí, ya que un médico me había sacado de la habitación.

-Lo siento, chico, pero ahora nos toca a nosotros.-
-Tengo que hablar con él.-dije serio.
-Lo siento, de verdad, pero haciéndole creer que sus paranoias son ciertas, sólo empeorará su estado. Es mejor que nos lo deje a nosotros.
-¡Cállese!-dije violentamente, y una extraña fuerza recorrió mi cuerpo.

Me calmé, y esa fuerza desapareció de repente. Sin saber que me había pasado, continué.

-Disculpe, tiene razón…-dije, yéndome rápidamente.

Estaba convencido. Algo extraño me pasaba y mi padre no estaba loco. Me dirigí rápidamente hacia casa de mi padre. Quizá entre los libros y los apuntes de mi padre, encontraría la respuesta.
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